"Están los países capitalistas, los de la órbita socialista y los del muy heterogéneo Tercer Mundo; pero eso no es suficiente, porque en realidad son cinco los sistemas: hay dos países más a tener en cuenta en forma separada: Japón y Argentina. ¿Por qué? Y, porque no calzan en ninguna sistematización. Son tan peculiares y tan impredecilbes que deben ser ubicados aparte".
Paul Samuelson.


Antes que nada debo decir que no he corroborado la veracidad de la cita, pero voy a confiar en Marcos Aguinis, un prestigioso escritor argentino, al que debo confesar, no he leído mucho, de puro desconfiado que soy. La cita pertenece a él, y la utiliza en su último libro, para iniciar su análisis de la crisis argentina. Esa cita no podía venir de otro autor que no fuera un argentino. Creernos especiales es siempre un buen método para justificar nuestras carencias.

Hay personas, también pueblos, brillantes y talentosos que, signados por la pereza y el autoconformismo, no pueden desarrollar su potencial. También hay aquellos que, igual de talentosos y brillantes, rinden sus virtudes a causas obtusas y fundamentalistas… Los primeros, cuando abandonan su pereza y se involucran en los intereses comunes, están destinados a prosperar indefectiblemente; los segundos, cuando abren sus ojos, participan del mismo exitoso futuro. Esa es mi modesta visión de esa comparación realizada por el prestigioso economista; aunque me gustaría observar algo de aquella imprevisibilidad, porque a lo largo de mi vida como argentino me ha parecido todo lo contrario. Siempre creí, a diferencia de lo que opina Samuelson, que nuestro país se caracterizó por ser absolutamente previsible… De todas formas, yo no estoy a la altura de un Premio Nobel como Samuelson para realizar una refutación de su observación, y entonces, voy a hacer mi humilde análisis del tema, haciendo abstracción de lo que yo crea y aceptando la observación de este prestigioso economista como una premisa o una verdad. ¿Era previsible que la Argentina, tras la desidia y permanente corrupción de su clase política, iba a consolidar definitivamente su vida democrática? Yo desde mi propia postura respondería que sí… Pero me pregunto si la respuesta sería la misma planteando el interrogante dos décadas atrás. Recuerdo que cuando era chico, bastaba mucho menos que la pueblada que derrocó a Delarua, para que comenzaran a oírse los nefastos comunicados militares por la Cadena Nacional.
La clase política que se hizo cargo del país desde Alfonsín hasta Delarua, integrada en su gran mayoría por aquella misma generación perezosa y autoconformista que toleró nuestros peores males, de ninguna manera fueron los responsables de la consolidación de la democracia, pero sí los hacedores de las subsiguientes desgracias que tuvo que padecer la Nación.
¿Es ahora previsible la recuperación que se perfila en los objetivos de nuestros actuales gobernantes? Yo creo que sí, aunque espero que no lo sea, porque ello –atendiendo a la clasificación de Samuelson- me daría alguna esperanza. Me gustaría que de verdad Argentina fuera un país peculiar e impredecible como señala el economista, porque de esa manera creería que no volvería a repetirse otra vez la historia:
a) La caída y posterior renuncia de Alfonsín en medio de la peor crisis económica de su historia. b) La asunción de Menem, la transición, el “reinado” de Menem, la milagrosa recuperación, -¿imprevisible?- aquella dulce espera que, luego de diez años, sirvió para sumergir al país en la peor crisis social. c) La asunción y posterior renuncia de Delarua en medio de la peor crisis institucional, luego… d) Otra vez la transición, las elecciones… la recuperación… ¿Y ahora qué? Ya tuvimos un ciclo de deterioro económico, una recuperación virtual que nos llevó a otro estrato: La crisis social, luego la crisis institucional… creo que ya hemos probado todos los males y ese sabor amargo no se nos va a ir así de fácil, por más dulce que sea esta nueva recuperación. Pero… ¿de verdad alguien cree que somos impredecibles? Yo espero que lo seamos, pues si fuéramos predecibles estaríamos ingresando a la dulce etapa en otra vuelta más de aquél círculo vicioso.
Creo que, al margen de la previsibilidad o no de la conducta de nuestro país, para responder a nuestros problemas no necesitamos acudir a las ciencias económicas ni a la filosofía, sino a la metafísica. Estoy convencido que sobre nuestro país recaía una maldición y, por algún motivo, me parece que al fin nos la hemos quitado de encima. La maldición de los Peronistas y los Radicales se terminó, como la de los Autonomistas y Nacionalistas –inaugurada por la antinomia Mitre y Alsina-, que signaron gran parte de nuestra historia nacional. En efecto, la maldición viene de lejos, pregúntenselo a cualquier historiador si no me creen: primero fueron los Nacionalistas (Mitristas) luego los Autonomistas (Alsinistas), luego la cosa siguió entre nacionalistas “o” autonomistas, luego autonomistas “y” nacionalistas, luego: ni lo uno ni lo otro; los dos: Partido “Autonomista-Nacional”. Todo esto terminó, como siempre, con militares, hasta que luego apareció la antinomia “Peronistas o Radicales”… Primero Yrigoyen (Radicales), luego Perón (Valga la redundancia) qué más… ¡Militares!, ¡Militares!.- Luego Peronistas “y” Radicales… y así hasta la actualidad… Peronistas contra peronistas…Creo que ahora, otra vez, no tenemos ni Peronistas ni Radicales ¿Peronistas-Radicales? No, ¿Peronistas-Peronistas? No, ¡por favor, basta!, esa es la maldición; aquí no tenemos más que un par de cadáveres que apestan. Deben darle digna sepultura a los dos movimientos, para que las almas de Yrigoyen y Perón puedan descansar en paz.
En fin, voy a dejar de ser místico aunque sea por un momento para creerle a Samuelson y esperar que seamos impredecibles. Espero que aquellas improntas partidarias hayan dejado de ser movimientos para transformarse en mera retórica.
¡Argentinos! Esa es la expresión política que se impone. Creo que esa palabra era la clave para terminar de una vez por todas con aquella maldición de las antinomias políticas, que hacía que repitiéramos sistemáticamente nuestros errores. La clave para que caigan de una vez por todas los monopolios políticos, aquellos aparatos, y que se consolide el surgimiento de nuevos esquemas pluralistas, no está en la construcción, sino en la destrucción del poder.
Habiendo transcurrido el primer mes de gestión, esa es una de las primeras críticas que debo hacerle al actual gobierno… Espero que siga desarrollando sus buenas intenciones, pero que se aleje de la vieja idea política de querer construir poder… Que se dedique a administrar y, como buen progresista o, mejor dicho: como buen demócrata, deje que el poder se reparta equitativamente entre todos.

Luis Virgilio
28/06/03

Las Malditas Antinomias.-

 

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