Según Giovanni Sartori, “La Tierra Explota”; veamos por qué:


Hay un par de temas que desde hace varios años, hasta la actualidad, parecen haber cobrado una importancia singular dentro del elenco de cuestiones que desvelan a nuestros filósofos actuales.
Uno de ellos es: El tema de la Manipulación Mediática y el Otro: La Superpoblación Mundial. Estos temas han sido la vanguardia de este autor –inter alios- para situarse como uno de los intelectuales que integra el elenco de protagonistas en el debate político contemporáneo. Parecerá un frivolidad de mi parte extraer con tanta simpleza y mezquindad estos datos de los sesudos trabajos de un pensador actual, que ha dedicado largas páginas a estos trascendentes temas. Es claro que la frivolidad parece estar exenta cuando es materia de un estudio exhaustivo realizado por un notable filósofo, y queda expuesta con franca evidencia en una simple nota de opinión. De todas maneras, frivolidad o no, hay ciertos temas que vuelven a la carga una y otra vez… El tema es analizar por qué:
Alain Touraine, es uno de los prístinos sociólogos que buscó responder este interrogante poniéndole otro interrogante a uno de sus más destacados libros “¿Podremos Vivir Juntos?”. Giovanni Sartori, autor de su famoso “Homo Videns” –un análisis filosófico sobre la manipulación mediática y el rol de los medios de comunicación, que retoma en ciertos aspectos la célebre obra de Marshall McLuhan: “Understanding Media: The Extensions of Man”- vuelve otra vez a la carga con su nuevo libro, “La Tierra Explota” en donde, básicamente, denuncia que el mundo se nos está haciendo chico para tantas personas.
Este análisis, que propugna –principalmente- la necesidad del control de natalidad, frente a la superpoblación y el progresivo agotamiento de los recursos naturales, la contaminación ambiental y demás miserias que una enfermedad llamada “ser humano” provocan a nuestro frágil planeta, en realidad, trata de suavizar o, al menos, que no se note tanto, el sector de la sociedad a donde va dirigida su preocupación.
Los seres humanos, por un herramienta acaso insondable de nuestra naturaleza, tenemos mecanismos de autoregulación como cualquier otro ser biológico. Ese mecanismo de regulación es el que Aristóteles ha llamado “Preceptos Morales”. Sartori a esos mecanismos los llama “Política” –O al menos eso se lee de su discurso-. En una época, en donde la doctrina religiosa era un indicador de las conductas sociales, el control de natalidad era algo más sencillo, pues, a la falta de educación la asistía –al menos- el temor reverencial del pecado. En la actualidad, aquellos tabúes parecen superados en líneas generales… y a la falta de educación la asiste aquél placer infinito de las relaciones sexuales y el poder natural e infranqueble de traer hijos al mundo.
He leído muchos estudios donde se señala que el incremento de natalidad en los sectores más marginales de la sociedad, se debe a la falta de educación y, como correlato de ello, la ausencia de autocontroles en el acto sexual. Creo que ello es una visión simplista… Eso sí que es frivolidad. Una pareja de pobres no son dos náufragos abandonados desde su infancia en una isla y, además, la conducta sexual no es algo que yo –en lo personal- haya aprendido en la escuela ni tampoco me lo han enseñado mis padres… Ese tema lo he aprendido por mis propios medios y, por cierto, en circunstancias bastante inhóspitas; lo he ido manejando como todo el mundo y, a pesar de considerarme una persona medianamente educada, a veces se me han pasado por alto aquellos controles o autocontroles de rigor. Hay otra cuestión más sustancial alrededor de este tema. Una persona excluida (en la extrema pobreza) acostumbrada a no tener nada, canaliza sus carencias y faltas de perspectivas, ejerciendo –al menos- un poder natural que nadie puede negarle, y poblando su núcleo de hijos y más hijos. A pesar de verse como una contradicción, pues, una numerosa familia no hace más que incrementar sus necesidades, es una conducta natural de una persona que no ha podido verse realizada en otros aspectos. Como si esto fuera poco, es dable también observar que, para explotar aún más esta capacidad natural, se le da a los hijos nombres grandilocuentes, rimbombantes y por lo general, extranjeros. Acaso tratando de mitigar con ello las cosas que jamás le podrán dar a sus hijos (y que son más importantes que un nombre): como un hogar digno, educación y perspectivas de futuro. Esta es una de las realidades más preocupantes de América latina, -y ahora perdónenme ustedes a mí la frivolidad- pues el índice de pobreza parece expandirse de manera proporcional al crecimiento demográfico de los sectores excluidos. Entonces, algunos “visionarios” proponen el control de natalidad, confrontando esta tesis con la posición de la iglesia, de manera de granjearse por esta sola circunstancia, el rotulo de progresistas. En realidad, la propuesta de Sartori realmente sí me parece una frivolidad mayor. Su libro entero lo es. Porque esas urgentes medidas que propicia tomar, respecto a sus puntuales denuncias, no me parece que pretendan beneficiar a la sociedad en su conjunto, sino al sector integrado que él compone; pero como contrapartida, sí está destinada a perjudicar directamente a los excluidos. ¿Por qué? Los sectores integrados, de clase media para arriba, en líneas generales, tienen su natalidad autocontrolada, pues no tienen más de cuatro hijos… (Y eso ya es una familia numerosa) Pero ya no es como antes, en donde un número elevado de hijos era una característica de familias poderosas. Las actuales familias integradas, en primer lugar, constituyen su núcleo familiar una vez consolidada medianamente sus perspectivas de futuro, y los hijos, forman parte de un elenco de realizaciones indeterminadas; laborales, académicas, artísticas, sociales, etc. A quienes sí va dirigido el control de natalidad que propician estos filósofos -a quienes el mundo les está quedando chico-, es a aquellos sectores más pobres de la sociedad, en donde una pareja de pobres, -como bien señala Fernando Vallejo- avizora la pronta aparición de doce pobres más. A su vez, aquella docena de pobres, en quince años, es posible que se multiplique inexorablemente, reuniendo hijos, padres y abuelos, (tres generaciones) en el lapso de una generación convencional. Entonces, si trazáramos una siniestra línea comparando el índice de natalidad, el índice de pobreza y, como correlato de ello, el índice de delincuencia… nos encontraríamos con que “el mal” de la sociedad está individualizado y se reproduce de una manera alarmante… ¿Qué hacer entonces? ¿Inventar un insecticida que mate a los excluidos, para que no nos amenacen más con su desmesurado y rápido crecimiento? ¿Establecer un control de natalidad destinado a regular el descontrol natal de estos sectores? No. La receta está en mecanismos de inclusión, y dejando –de una vez por todas- de idear formas diversas de exclusión. Los pobres son más. Pero eso no es un dato nuevo: Siempre fueron más… La sociedad no se vuelve más violenta porque somos demasiados y nos sentimos incómodos entre sí. Los índices de delincuencia tienen que ver con la inexistencia de estructuras eficientes de cohesión social. Las personas, por un mecanismo de asociación, añoramos lo ajeno, sean bienes materiales o inmateriales, tangibles o abstractos… En realidad, no es que añoremos lo ajeno, sino que en cierta medida nos proyectamos, contemplamos, admiramos y tratamos de alcanzar el objeto deseado por medios legítimos: esfuerzo, trabajo, iniciativa, etc… Pero cuando observamos que la sociedad, aún con mucho esfuerzo o iniciativa que tengamos, no nos va a permitir acceder a ese objeto deseado, entonces no nos queda otra que resignarnos o tratar de obtenerlo por los medios que estén a nuestro alcance… Ello no quiere decir que todas las personas que tengan carencias básicas piensen en delinquir para conseguir lo que necesitan… La mayoría se resigna. Sin embargo, todos tratamos de realizarnos, de una u otra manera… ¿Cómo vencer nuestra frustraciones? Ello es algo que resuelve cada persona conforme los límites que su escala de valores y posibilidades fácticas le permitan. Los mecanismos estructurales, de Estado, para resolver estas cuestiones, en realidad, funcionan como siempre lo han hecho: Un Estado poderoso represor, un grupo de súbditos que se alinean a sus políticas, otros que las toleran, otros que las padecen, y los que luchan contra ese sistema, desde los diversos ámbitos que su realidad se lo permita, consciente o inconscientemente. El problema que afronta el poder en la actualidad, es que se ha dado de bruces con una realidad que ya no puede manejar, que ya no puede contener. El panfleto noticiario de todos los días, los medios de comunicación, los grandes alineados sistémicos, nos muestran día a día una realidad que implora represión: penas más altas para los delincuentes, mayor cantidad de efectivos en las calles, voces a favor de la pena de muerte, y –algunos más sofisticados- postulan el control de natalidad. No creo que el mundo nos esté quedando chico, sino todo lo contrario. Tampoco creo en esas reglas universales que rigen la economía y que dicen que los recursos son escasos. Los recursos no son escasos, el mundo es de una abundancia inconmensurable y, además, el hombre tiene la habilidad de generar recursos donde no los hay. Es todo un tema de distribución. Pero sucede que los que tanto tienen, y que seguirán teniendo, deben regir un mundo de creciente escasez, pues no están dispuestos a generar recursos para los demás, sin que ello implique ampliar los propios. Entonces, aquellos que se ven imposibilitados por sus condiciones sociales, económicas y educativas, de generar recursos para sí, están condicionados por aquellos que lo tienen todo: Dependen de su empleo, del salario, del tiempo que extraen de su labor, e incluso del propio valor de los bienes en poder de aquellos que han desarrollado la capacidad de generarlos.

Pero el show piromaníaco que muestran los medios de comunicación: Terrorismo, delincuencia, secuestros y violencia organizada, no es más que una herramienta ideológica del poder mismo para avanzar sobre la sociedad en un contexto democrático. Es claro que los medios de comunicación informan… pero la realidad es algo más complejo que lo que se ve. La realidad hay que indagarla, digamos, leerla… Porque las imágenes, la información… por sí sola, no solo muestra una porción de la realidad: la juzga. Si estamos frente al informe de un determinado crimen, o frente a las imágenes de un atentado terrorista, el receptor de ese mensaje inmediatamente se posiciona condenando el hecho… haciendo abstracción de la posición o los tonos que utilice el periodista para relatarlo. Esto es un mecanismo natural, casi reflejo, como la reacción que puede predecir un personaje malvado que busca ese efecto en el lector, televidente o espectador de la historia que se le está mostrando. A nivel social, la medición masiva de este tipo de reacciones, legitima la instrumentación de políticas e incluso las intervenciones armadas. Las buenas historias son aquellas que nos permiten ver más allá de lo que el escritor nos pretende mostrar…historias que no juzgan, pero que exaltan nuestro juicio. Según Sartori, el mundo estalla… Nadie puede negarlo: el estado de Shock y Crisis que envuelve a la sociedad no es ajeno a ese avizorado estallido, pero no va a estallar porque el mundo nos quede chico, sino porque nos queda demasiado grande. ¿Me pregunto por qué los seres humanos no podemos convivir en armonía como lo hace la naturaleza? ¿Quizás porque la naturaleza es anárquica y la anarquía es mala palabra, es un símbolo de destrucción?. Quién sabe. Las estructuras que diseñaba Gaudi eran anárquicas, pues estaban inspiradas en las estructuras que hacen sostener a un árbol de pie o, a un cuerpo humano, por ejemplo. Sin embargo, sus obras son de una solides, belleza y armonía inmejorables. La naturaleza es sabia y los artistas son sus mejores intérpretes. Debería correr un poco más de sangre en aquellos fríos corazones que se sientan a analizar la realidad y a diseñar nuevos caminos hacia la convivencia; quizás verían que el mundo jamás les podría quedar chico y tratarían de indagar en nuevos espacios no descubiertos dentro de una inmensidad que jamás podrán terminar de abarcar.

Luis Virgilio.
4/07/03


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Cuenta la historia que un grupo de intelectuales de Buenos Aires se reunieron en un café literario de la calle corrientes para crear un monstruo.
Otras versiones de la mima historia dicen que Luis Virgilio es el invento de un intelectual con nombre y apellido. Poco sabemos sobre él, salvo que su obra existe. Nosotros, en un esfuerzo por tratar de descubrir, a través de su obra, que este autor realmente existe, que no es un invento, sino, por el contrario: una creación (como todos nosotros) te invitamos a descubrirlo

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