Si bien
todos los fines de año inspiran reflexiones; éste en particular
las merece más que ninguno. ¡Qué año el que nos
ha tocado! ¿Verdad?. Pese a que esta reflexión, como todas mis
reflexiones, las comparto con usuarios de todo el mundo, no puedo evitar detenerme
en el caso puntual de mi país: La Argentina. Les cuento que lo que
me ocurrió a mí, creo, le ha pasado a la mayoría de mis
compatriotas: Es una especie de exhalación: ¡POR FIN TERMINA!.
Empezamos el año con una explosión institucional que nos hizo
ahorrar mucha pirotecnia e inclusive redujo los índices estadísticos
que suele manejar el Instituto del Quemado. Por suerte, los quemados en esta
ocasión, no fueron los ciudadanos. No empece a que varios políticos,
incluyendo al depuesto presidente, recibieron quemaduras de primer grado,
en principio irrecuperables, algunos, lamentablemente, resultaron ilesos.
Así empezó el 2002, con hilarantes discursos parlamentarios
que se prolongaban y sucedían como las horas, los días y los
presidentes que asumían y luego renunciaban a los sones de una patética
y confusa mezcla de abucheos y aplausos que hacían crecer y luego apagar
margaritas en el cielo de la noche aturdida por el rumor del descontento,
las bombas de estruendo y los fuegos de artificio. A poco de avanzar, el año
nos encontró con un país presidido por el mismo sujeto que dos
años atrás había perdido las elecciones. (Es decir, los
legisladores, que teóricamente nos representan, interpretaron -una
vez más- la voluntad del pueblo: "Nos equivocamos". Nuestros
generosos legisladores, no solo se encargaron de señalarnos nuestros
errores, sino que aprovecharon la oportunidad para regalarnos un momento de
reflexión, ofreciéndonos expiar la culpa de aquél error
y, como corolario de ello, tras varios intentos frustrados, al fin, darnos
un flamante y definitivo Presidente de la Transición. Menudo regalo,
sobre todo para los deudores... Digo: ¿Quién que no se jacte
de ser "argentino" -en el sentido peyorativo de la palabra- no estaba
endeudado en nuestro país?. Nuestros representantes, recurriendo al
famoso "Yo: Argentino" hicieron lo mejor que pudieron por sus pares,
y salvaron el año a su manera. Mientras tanto -como si fuera la interpretación
de una sucesión de intentos frustrados- al descontento, la angustia
y la incertidumbre, le sucedió la inseguridad y luego el hambre y luego
y luego... el año se acaba, y llega el verano. O... "el veranito",
como le dicen ahora los medios a la supuesta recuperación de la crisis
y el fin de la recesión. Parece que el año termina con felicidad
después de todo, por lo menos en el plano de la ficción. El
gobierno de la transición nos dio el mejor regalo: nos ha sacado de
la profunda recesión. Yo debo ser un insensible, porque les juro que,
si hemos salido de la crisis, no lo he notado; no sé si a ustedes les
ocurre lo mismo. De todas formas, para qué nos vamos a amargar más
de la cuenta: la ficción a veces funciona. Mi único deseo para
fin de año es que podamos todos recrear nuestras fantasías en
un contexto de unión. En algún lugar que ahora no recuerdo,
he escrito una frase: "Los sueños, sueños son; realidad
tu pesadilla...". Voy a empezar el año sin olvidarme de mi realidad,
pero dándole impulso a mis sueños y recreando mis fantasías
con ustedes: Que seamos mejores de lo que podamos anticipar con nuestros proyectos
y que, en ellos, prime siempre nuestro futuro, ergo, los niños. Creo
que las fiestas son para ellos; los regalos, las fantasías, la magia
que la envuelve, son un eco de los latidos de esos pequeños corazoncillos.
Ellos se merecen algo mejor que todo esto. No solo se lo merecen, en realidad,
les corresponde: Los derechos de los niños no solo están consagrados,
nosotros, los adultos, tenemos el deber y la responsabilidad de que sean ejercidos.
Y ello es más que una norma, es una regla trascendental. Nunca podremos
señalar -sin hipocresía- a un legislador que no ejerce la tutela
de los derechos que le hemos legado para que nos representen, mientras existan
niños que se mueran de hambre y mayores que lo permitan. Apuesto a
que en el comienzo de este año se instale en algún lado esta
reflexión. Los niños son nuestra prolongación como sociedad;
vean a un niño y verán su futuro. Yo este año he perdido
dinero, trabajo y hasta perspectivas... pero mi futuro no está en mi,
sino en los que me suceden, los que me recuerdan y los que continúan
mis obras. El que crea que ve su futuro en sí mismo, solo esta viendo
un espejismo creado por su propia vanidad. Nuestro futuro son nuestros niños:
A ellos les dedico mi reflexión y los mejores augurios de este nuevo
año.
Felicidades.
LUIS
VIRGILIO